lunes, 17 de enero de 2011

La crisis y la extraña lógica nacionalista

Mitología, s. Conjunto de creencias de un pueblo primitivo, relativas a su origen, héroes y dioses, por oposición a la historia verdadera que se inventa más tarde.

Historia, s. relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios.
                                                                                          Ambrose Bierce, El diccionario del Diablo


  Pensaba ayer en las definiciones siempre ingeniosas de Bierce en su Diccionario del Diablo tras leer el artículo "El fracaso de la izquierda en Cataluña" de Javier Cercas. En la historia como construcción social. En el pasado como fuente de legitimación del presente. En la "historia verdadera" que en este país cambia en cada nueva edición y con cada nuevo programa político. En el oximoron escondido tras el concepto de nacionalismo democrático tal y como Cercas lo ve tras la idea de izquierda nacionalista.

  El nacionalismo es uno de los grandes problemas en España. No el nacionalismo catalán. Que también. No el vasco. Que por supuesto. No el español (o castellano). Que fue y sigue siendo. Ni el andaluz de los freaks de Blas Infante ni el galleguista del benegá. El problema no es exclusivo de un determinado nacionalismo. El problema reside en la lógica misma que se ha impuesto en la vida pública. En esa lógica perversa y maniquea que pretende demostrar la falacia que se oculta tras aquellos que se definen como no nacionalistas y que obliga a elegir un bando si uno no quiere ser etiquetado como parte de "los otros". No hay más justificación para estar en contra del Estatut que el ser un franquista desatado. No hay más razones para profundizar en el modelo federal (al que aquí llamamos autonómico) que el ser un nacionalista periférico antiespañol. O estás con nosotros o contra nosotros. Y los no nacionalistas, claro está, son españolistas en el armario.

  La lógica que debería presidir la escena pública es la democrática. Cualquier otra, a pesar de definirse como "auténticamente democrática", no produce más que un continuo desgaste de las instituciones representativas del sistema. Sirva como ejemplo la perdida de credibilidad que sufrió el CSPJ durante el tiempo que tardó en fallar sobre la constitucionalidad del Estatut. Claro que en este caso influyeron muchos otros factores. En especial, el contubernio entre los poderes ejecutivo y judicial.
  Pero no pretendo decir que el nacionalismo sea el único problema en este país. Ya nos hemos acostumbrado a aceptar lógicas extrañas al buen funcionamiento de una democracia. Oimos cada día en la calle, en los medios de comunicación, hablar de la crisis esto y la crisis lo otro. Pero quizá sería más fácil aclarar los problemas si viésemos la situación actual como la suma de tres crisis distintas y no de una. Crisis interrelacionadas pero que pueden - y deben - analizarse por separado para poder encontrar soluciones coherentes. En la práctica eso significa exactamente lo contrario a la política de parches llevada a cabo por el ejecutivo de Zapatero.
  • Crisis financiera internacional: causada por determinadas políticas de desregulación, en algunos casos, y de mala (u obsoleta) regulación, en la mayoría, unidas a incentivos perversos a determinados agentes del sector financiero. La cara de esta crisis y su ejemplo más paradigmático fueron las hipotecas sub prime. Está directamente relacionada con la explosión de la burbuja inmobiliaria nacional.
  • Crisis del modelo de crecimiento español: causada por un agotamiento del exitoso modelo productivo que seguimos desde los años sesenta hasta principios de este siglo y que nos convirtió en una de las mayores economías del mundo. El ladrillo es el símbolo de dicha crisis pero no hay que olvidar factores como el turismo (o mejor dicho, el tipo de turismo que alentamos) y el carísimo modelo energético por el que apostamos.
  • Crisis política: desatada tras la explosión de la burbuja inmobiliaria pero latente desde hacía mucho tiempo. En el eje de todos los problemas que aparecen con esta crisis se encuentra el ninguneo al que se ha sometido a la Constitución del 78.  Aunque hay dos casos en los que es la propia Carta Magna la génesis de los problemas: la indefinición del modelo de Estado (cuya flexibilidad fue una virtud durante mucho tiempo) y la ley electoral. Otros ejemplos son la ruptura de los pactos de la Transición, el asentamiento de la lógica nacionalista y el poder de los partidos políticos (a saber, pepé y pesoe).
  Quiero concluir recordando que Cercas considera el nacionalismo catalán del PSC como origen de su crisis política particular y un problema para la izquierda en general para poder desarrollar un programa coherente con sus propios principios. Me gustaría añadir que el nacionalismo (ya sea en su versión españolista, catalanista, galleguista...o la que se quiera) como lógica dominante de las estructuras democráticas es en sí misma cancerígena para el propio sistema y que, por lo tanto, discutir cuál de ellos es mejor o peor y en qué se diferencian unos de otros solo nos alejan de la cuestión principal: en qué se parecen y cómo esas semenjanzas ayudan a echar más mierda aún a la crisis política. Crisis que espero no tengamos que adjetivar como sempiterna. Crisis que, como dicen los católicos de Dios, es una y trina.
 

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